Cristina

Cristina tiene 26 años y trabaja como administrativa. El 18 de marzo de 2020 la sacaron de la oficina. Su hermana gemela había empezado con síntomas de coronavirus. Al día siguiente ella también comenzó a sentirse mal. “Tuve neumonía y muchísimos síntomas. Me dijeron que estaba para ingresar pero como era joven y no había camas, me iban a seguir en casa”, recuerda por teléfono desde su pueblo de Toledo, Villarrubia de Santiago.

Hasta esa población de 2.500 habitantes había llegado ya el virus, aunque Cristina desconoce cómo se contagió. “Lo hemos pensado muchísimo, pero no tenemos ni idea. Nadie conocido estuvo enfermo, tampoco afortunadamente mis padres ni mi abuela, que viven con nosotras”, explica la joven, que reconoce que pese a lo mal que estuvo, le angustiaba aún más transmitir el virus. “Una cosa es estar malo tú y otra contagiar a alguien, imagínate que le pasa algo, eso me dio muchos quebraderos de cabeza”. Cristina pasó 36 días aislada con neumonía, asfixia, dolores musculares, abdominales y de cabeza, diarrea, dolor de garganta y tos. “Cada noche pensaba que me iba a morir”.

Sin embargo, la enfermedad de Cristina no había hecho más que empezar. Desde aquel 19 de marzo han pasado 471 días en los que asegura no ha pasado uno solo sin síntomas. “Cuando salí de la habitación me tenía que agarrar a las paredes del pasillo, estaba muy flojita, con dolor en el pecho, la saturación de oxígeno muy baja y las pulsaciones altísimas”. Enumera más los síntomas con los que convive desde entonces: dolor de cabeza, de espalda, pulsaciones altas, insuficiencia suprarrenal, cansancio… “La insuficiencia suprarrenal me han dicho que es porque no me administraron corticoides, entonces no se sabía. Es posible que tenga que estar con una pastilla de por vida”, afirma.

Carla

Enfermera de 26 años, Carla se contagió en el hospital también a principios de marzo. El día de San José le dieron de baja. "Las dos primeras semanas las pasé con una bronquitis fuerte y algunos otros síntomas, pero en casa. Fue a las tres o cuatro semanas cuando empeoré. Empecé con disfagia y no podía tragar nada más que agua. Fui al hospital, me detectaron arritmias pero no lo relacionaban con el Covid", cuenta desde su casa en Cardedeu, un pueblo a las afueras de Barcelona.

A los pocos días sufrió el episodio más grave. Un espasmo broncopulmonar que la dejó en el suelo, ahogándose inconsciente: "Mi marido llamó a la ambulancia, estuve una semana ingresada y fue allí donde por primera vez un cardiólogo relacionó lo que me estaba pasando con el Covid".

Desde entonces a Carla tampoco la han abandonado los síntomas. Afirma que más de 200 y que han ido cambiando, unos desaparecen mientras otros llegan. Desde los dolores a problemas hormonales, cardíacos y neurológicos. "Mi vida es ir al médico, a rehabilitación y estudiar sobre el Covid y el Covid persistente para entender mejor lo que me pasa", relata desde su casa.

La edad media del Covid persistente: 43 años

Ni Cristina ni Carla esperaban que el Covid les pudiera afectar a ellas, jóvenes y sanas. "A mi me daba miedo por mi familia", dice Cristina. "Yo pensaba que el Covid era una gripe y fue muy duro cuando los síntomas no desaparecían... Me parecía inimaginable", apunta Carla.

Sin embargo, el riesgo de que alguien joven desarrolle Covid persistente (continuar con síntomas más de 12 semanas tras la infección) es más elevado que el de acabar en una hospital o UCI. "Tenemos pocos datos aún pero los primeros estudios apuntan que la incidencia en jóvenes de 20 a 30 años puede estar entre el 2,5 y el 7% del total de los contagios en esta edad", afirma Pilar Rodríguez Ledo, investigadora de Covid persistente y portavoz de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG).

Rodríguez explica que la edad media para desarrollar Covid persistente es de 43 años y el 80% son mujeres, pero el riesgo existe incluso desde la infancia: "Aunque no está aún cuantificado, el peligro de acabar con Covid persistente es para niños y jóvenes mayor que el de hospitalización, pero sin embargo pasa inadvertido".

Distribución por edades de los pacientes con Covid persistente de la encuesta realizada por la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia

Distribución de las 1.834 respuestas de pacientes aquejados con Covid persistente, distribuidos por edades.

Entre los jóvenes, los síntomas de Covid persistente son similares a los de los adultos pero la portavoz de SEMG afirma que suelen coincidir en ellos "muchos problemas de atención, concentración y cefaleas así como mucho cansancio, anemia y pérdida de apetito".

La médico incide en que "hay que advertir a los jóvenes del riesgo. No son inmunes" y cree que para ellos lo que ocurre es parecido a lo que pensamos cuando vemos un anuncio de tráfico. "Piensas que no te puede pasar a ti, pero pasa".

Por eso Carla se emociona al hablar de los jóvenes: Yo entiendo que cada uno vive su realidad, pero la gente cree que el Covid es un resfriado o la UCI y no saben que entre los que estamos como yo hay muchos que lo pasaron como un resfriado". La joven cree que es más cuestión de desconocimiento que otra cosa: "No creo que sea tanto falta de responsabilidad como de conciencia. Si supieran lo que es esto, no lo harían".

Cristina confiesa que cuando ve las imágenes de jóvenes de fiesta cree que "están locos". "Yo me contagié porque no sabía qué estaba pasando, pero ellos que ya lo saben no son conscientes", añade.

Ellas no salen de fiesta porque no quieren, pero tampoco pueden. "A mí esto me ha cambiado mucho la vida. No me quito la mascarillla ni en la calle porque me da miedo contagiarme. Me siento como si hubiera envejecido 30 años, yo ahora mismo una fiesta no la podría aguantar", afirma Cristina.

"Yo puedo dar un paseo de media hora y ya estoy cansada para todo el día. La vida me ha cambiado muchísimo, tengo que medir mis fuerzas y hacer poquito y muy poquito tiempo", apunta Carla.

Tratamientos y esperanza

Cristina y su hermana han mejorado, asegura, “por tratamientos privados”, ya que en lo público “te da una prueba para dentro de cinco meses y eso no lo podemos esperar”. Las sesiones de cámara hiperbárica con las que está mejorando su capacidad pulmonar (que quedó al 60%) cuestan 80 euros. “Nos han dicho que necesitamos 40 cada una. Menos mal que estamos trabajando y vivimos con nuestros padres, pero esto no todo el mundo se lo puede permitir”, lamenta.   

Algo mejor es la experiencia de Carla, que está siendo atendida y acude a rehabilitación en el hospital de Badalona Germans Tries I pujol (Can Ruti), donde acude mucha gente afectada de Covid persistente de Cataluña. "Yo en este sentido he tenido mucha suerte, participo en cuatro o cinco ensayos clínicos y acudo a rehabilitación física, respiratoria y neurológica. Pero hay muchos pacientes a los que no les creen en el centro de atención primaria o en el hospital. No les hacen caso porque desconocen el COVID persistente".