Se nos llenan las páginas de este y otros periódicos con nombres que se suman a la enorme lista de personas que sufren esa enfermedad. El cáncer es una amenaza directa a la vida, y un tratamiento imposible. Míriam Algueró lo sufrió dos veces y sin diagnóstico propio. Primero con su padre, y luego con su madre.
Pregunta.- El familiar, el acompañante, ¿es el gran olvidado en esta enfermedad?
Que hablen con el paciente y le pregunten: “¿Quién quieres que venga a jugar a las cartas o ver una película contigo?”
Respuesta.- Sí. Yo me di cuenta de lo difícil que es ser cuidador cuando enfermó mi madre. Cuando le ocurrió a mi padre, mi madre estaba ahí. Pero cuando lo tuvo ella y nos tuvimos que organizar las tres hermanas, te das cuenta del problema. Imagina cuidar a tu madre, sabiendo que se va a morir, y en mi caso teniendo hijos pequeños. Yo siempre recomiendo crear un equipo de cuidadores, con uno principal. Que hablen con el paciente y le pregunten: “¿Quién quieres que venga a jugar a las cartas o ver una película contigo?”. Hay muchas personas alrededor de un enfermo que quieren hacer algo, y es muy bueno organizar rutinas semanales con ellos. Ese tiempo es de calidad para el enfermo y para el cuidador, que puede salir, descomprimir un poco, y ayudar mejor al paciente. Le puede contar más cosas y con una actitud más positiva. Así no gira todo en torno a la enfermedad.
P.- Es un buen consejo que está en tu libro Acompañar el cáncer (Amat editorial) Me ha sorprendido su tono práctico y positivo.
R.- Es positivo porque yo soy una persona positiva. Ahora lo explico como si me hubiera ido de vacaciones al Caribe, pero fueron los peores meses de mi vida. Recuerdo desear dormir tres días seguidos. Fue muy duro, pero gracias al trabajo que he hecho con la Asociación de Oncología Integrativa, he ido transmutando todo en algo que ya ha ayudado a miles de personas. Cada vez que me escribe un paciente y puedo dar algún consejo, es como si se encendiera una estrella dentro de mí.
P.- ¿No había nada escrito para ayudar a los acompañantes en esta enfermedad?
R.- Antes de ponerme a escribir hice una investigación, y no vi nada que ayudase a los enfermos, a los acompañantes, y a los que son sus propios cuidadores. No olvidemos que hay muchas personas solas que tienen que seguir con su vida mientras padecen la enfermedad. Es muy importante que hagan cambios que les permitan estar más fuertes y no depender tanto de otros.
P.- En el libro se habla del cáncer como una enfermedad que tiene varias causas simultáneas, aunque muchas personas y algunos especialistas están convencidas de que es hereditario. ¿Investigaste ese tema?
Solamente entre un cinco y un quince por ciento de ellos son hereditarios. El 85% restante se debe a los hábitos de vida
R.- Depende del tipo de tumor, pero solamente entre un cinco y un quince por ciento de ellos son hereditarios. El 85% restante se debe a los hábitos de vida. Se han hecho muchos estudios, pero el que más me gusta es uno realizado en Dinamarca. Allí crearon un registro exhaustivo de todos los ciudadanos para saber quiénes son sus padres y familiares genéticos. Tomaron la base de datos de ciudadanos que habían sido dados en adopción, y descubrieron que entre aquellos cuyos padres biológicos habían muerto de cáncer antes de los cincuenta años, había menos casos de cáncer que entre los dados en adopción cuyos padres adoptivos habían muerto de cáncer antes de los cincuenta. Los hábitos de vida, la educación o la forma de tomarse las cosas son los de la familia con la que convives.
P.- En ese sentido ¿hay muchas personas que creen en el “valle de lágrimas” y sienten que deben moralmente ser dramáticos con los enfermos?
R.- Sí, sí. A ver, recomiendo que se llore, pero no delante del paciente. Es muy bueno tener una conversación sincera con él y reconocer que se tiene miedo a perder a esa persona. Y llorar, pero aparte. El dramatismo hay que mantenerlo al margen. Si el paciente se pone irritable, es mejor tomar aire, mirarle a los ojos y decirle, por ejemplo, “te quiero”. Hacer eso es tan poderoso, que el estrés se vaporiza. Enfrentarnos nunca ayuda.
P.- ¿Algún consejo más para enfermos y acompañantes?
R.- Bailar.
P.- ¿Perdona?
R.- Entiendo que no se tengan ganas de bailar, pero si se puede, que pongan música que les guste y empiecen a mover el cuerpo. Que hagan una playlist. Después de ese tiempo bailando o cantando se van a sentir mucho mejor. La risa también es muy sanadora, y está demostrado que ayuda a tu sistema inmunológico. Es la mejor manera de transmitir al paciente todo el amor que tienes.
P.- ¿Un último consejo?
R.- Una de las señales de alarma más importantes es la pérdida de peso. Según un estudio de la Universidad Virgen del Rocío de Sevilla, es la responsable directa o indirecta de más de la cuarta parte de las muertes por cáncer. A veces decimos con alegría “te estás quedando en los huesos” o “mira qué delgadito estás”. Ojo con eso. Cuanta más información tengamos y más seamos cuidadores o pacientes activos, mucho mejor.
P.- ¿Todo esto ha hecho cambiar la forma en la que ves la muerte?
R.- Totalmente. No me da miedo la muerte, sino el sufrimiento. Mis hermanas y yo tuvimos vivencias que te hacen incluso creer que hay algo parecido al cielo de los cristianos, el paraíso de los musulmanes o el nirvana de los budistas. Si es verdad que me voy a encontrar al final con mis seres queridos, va a ser una fiesta.
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