Puede ser que el nombre de Katalin Karikó no le diga nada, pero en su brazo lleva muy probablemente el fruto de su trabajo y quizás, incluso, le ha salvado la vida. En España, casi el 90% de las vacunas inyectadas para prevenir el Covid son de ARN mensajero, una tecnología que tiene su origen en el incansable trabajo de esta científica de origen húngaro a la que se conoce como madre de la vacuna.
Constancia, tesón o sacrificio cargan su más amplio significado acompañadas del nombre de Katalin Karikó. Más de cuatro décadas estuvo trabajando en un campo que pocos entendían hasta la pandemia de Covid. Ella asegura – y el guión de su vida convence - que nunca le importó.
Estuvo 40 años investigando un campo que pocos entendían hasta la pandemia. Nunca le importó.
La científica, una de las ganadoras del Premio Princesa de Asturias de investigación científica 2021, llama por sorpresa a la periodista después de declinar la petición de entrevista por su exceso de trabajo: “Soy Karikó, si estás disponible podemos hablar ahora”. El Independiente había decidido de forma unánime dedicar su personaje del año 2021 a la persona que más vidas ha salvado en los últimos 12 meses. En un año se han puesto cerca de 2.500 millones de vacunas de Pfizer-BioNtech y más de 370 de Moderna, ambas basadas en la tecnología que ella desarrolló y patentó junto al inmunólogo Drew Weissman en 2005.
Muchos años antes de aquella patente y también algunos después, el trabajo de Karikó permanecería en la sombra y sería “una inmigrante en todos lados, mujer, madre, degradada y despedida del trabajo”, como ella misma recuerda para El Independiente. Desde la cúspide de la ciencia quiere que eso no se olvide: “Yo represento a toda esa gente”.
La niña: hija de carnicero y contable
La historia de Karikó arranca en la pequeña ciudad húngara de Kisújszállás en 1955. Katalin nació en el seno de una familia humilde, donde el padre era carnicero y la madre contable. Tenía una hermana tres años mayor. En su hogar no había lujos, ni televisión, ni frigorífico, ni agua corriente, pero ella fue una niña feliz, como este año comentó en un vídeo para The Journal of Clinical Investigation. “Esto no lo recuerdo pero mi padre me cuenta que me gustaba ver el animal por dentro mientras mi padre procesaba la carne de cerdo”, contó a la revista. Su interés por la ciencia llegaría pronto en el colegio.
Se licenció en Biología y se doctoró en Bioquímica en la Universidad de Szeged. En su país trabajó durante los primeros años, en el Centro de Investigaciones Biológicas. Allí concibió la idea de convertir el ARN en una herramienta médica y empezó a trabajar con él.
Esos años también conoció a su marido, Bela Francia, se casó y tuvo a su única hija, Susan, en 1983. Estaba embarazada de ella cuando defendió su tesis doctoral.
Durante su trabajo de aquellos años, Karikó trabajó en liposomas que podrían utilizarse para encapsular material genético. La científica contó a The Washington Post que en aquellos años Hungría, bajo el telón de acero, a veces era difícil conseguir materiales para las investigaciones y uno de sus jefes tuvo que ir a un matadero a conseguir un cerebro de vaca para producir fosfolípidos.
Muchos años después, en Estados Unidos y cerca ya de los 60, Karikó seguiría haciendo sus investigaciones prácticamente sin ayuda. “Yo descongelaba el congelador, limpiaba el laboratorio… Hacía todo con mis propias manos. Cada experimento que publiqué lo hice con mis propias manos. Si alguien me pregunta por cualquier detalle, puedo responder… porque lo hice yo. Y me acuerdo”, relata a El Independiente desde Alemania.
1985, emigran a Estados Unidos
En 1985, casada y con una hija de apenas dos años, Karikó recibe una beca para investigar en la Universidad de Temple en Filadelfia y la familia emigra a Estados Unidos. Venden su coche y se marchan sin billete de vuelta y tan solo 900 dólares. Hungría era aún una república comunista y no permitía salir del país con más de 100 dólares. Karikó descosió el osito de peluche de la pequeña Susan y metió el dinero en sus tripas.
La hija de Katalin, Susan, con el osito de peluche en el que Karikó introdujo los ahorros familiares para emigrar a EEUU.
En Estados Unidos Karikó continuó trabajando y haciendo pequeños hallazgos que no siempre se entendían desde los laboratorios, copados por hombres, donde le resultaba muy difícil encontrar financiación. “Yo siempre supe que lo que estaba haciendo era importante”, explica a El Independiente, “trataba de explicarlo pero no me importaba tanto que la gente no lo entendiera porque siempre sentí que necesitaba generar más evidencias. Yo no era impaciente, sabía que algún día, quizás no por vacunas pero sí para otros fines terapéuticos esto sería bueno y beneficiaría a alguien. Lo que no esperaba es que ocurriera estando yo viva”.
En 1989 Karikó empieza a trabajar en la Universidad de Pensilvania, en la Escuela Médica con el cardiólogo Elliot Barnathan. Junto a él descubrieron que el ARNm podría usarse para instar a las células a producir cualquier proteína y eso abría la puerta a que hicieran sus propios medicamentos. “Me sentí como un dios”, dijo Karikó a The New York Times.
El virólogo jefe de la Casa Blanca, Antonio Fauci, ha dicho de ella que estaba "algo obsesionada con el ARNm". Aquellos años, cuando un colega le preguntó si pensaba coger vacaciones de verano ella le respondió que "la última semana de agosto saldría todos los días a las cinco de la tarde para ir a jugar al golf", como recogió un reciente reportaje en The Washington Post.
Aquellos años fueron de mucho trabajo y escaso reconocimiento. Al teléfono con El Independiente la científica insiste en este punto. "Yo no he tenido una vida convencional. Normalmente hablas con científicos que dirigen grandes laboratorios, con mucha gente a su cargo. A mí me degradaron [cuando se quedó sin fondos en el departamento tras la salida de Barnathan], no tenía estudiantes ni ayudantes. De mis experimentos lo hacía todo yo misma, desde clonar o cortar las células, transferirlas, leer los protocolos para trabajar con materiales radioactivos o los experimentos con animales".
El vital encuentro con Drew Weissman
Es a finales de los noventa cuando Karikó conoce al inmunólogo Drew Weissman junto a una fotocopiadora. Él quería hacer una vacuna contra el VIH y ella le dijo que podía ayudarle. Fue el inicio de una colaboración en la que ambos descubrirían primero que el ARN mensajero provocaba una respuesta inflamatoria pero que ésta podía evitarse usando otra molécula del mismo, llamado ARN de transferencia.
Esa fue la patente clave, de 2005, de la que se han beneficiado las actuales vacunas del Covid de BioNtech-Pfizer y Moderna, además de muchos proyectos de vacunas y tratamientos contra otras enfermedades. "Las vacunas del Covid han conseguido acelerar el uso clínico del ARNm pero se está trabajando desde hace años en otras muchas enfermedades desde compañías en todo el mundo, contra el cáncer, enfermedades cardiovasculares o vacunas para otros virus", explica Karikó.
Tras la patente junto a Dreissman, ambos fundarían una compañía RNARx, centrada en ARN. Los investigadores vendieron después licencias a Moderna y BioNtech y Karikó se incorporó en 2013 a ésta segunda compañía como vicepresidenta senior. De nuevo, inmigrante a Alemania. "Sentí que tenía que trabajar, que tratar de hacerlo para ver si una sola persona se podía beneficiar de ello. Ese era mi objetivo", cuenta la investigadora.
Aquello le costó separarse de su marido y vivir también lejos de su hija, que ha sido dos veces campeona olímpica de remo y reside también en Estados Unidos. "He trabajado en Alemania 10 meses al año sin tener ni fines de semana. Para que te hagas una idea ni tuve tiempo de visitar Heidelberg, que está a 40 minutos. Siempre tengo que hacer algo", explica por teléfono.
En 2020 llegaría el Covid y daría un giro definitivo a su trayectoria. El 8 de noviembre llamó por teléfono a su marido y le dijo "ha funcionado". Aquel día se comunicaron los resultados satisfactorios de los ensayos clínicos y tanto ella como Dreissman se vacunaron en su oficina el 18 de diciembre. Dijeron los medios locales que la científica no pudo evitar las lágrimas cuando los trabajadores de la compañía rompieron a aplaudir.
Consciente de la importancia de su trabajo, ¿se vio alguna vez esta científica con la llave para frenar una pandemia mundial? La respuesta es una carcajada. "¡Por supuesto que no! Yo estaba muy tranquila con mi vida, era feliz como científica y no quería estar en el candelero. La famosa de la familia era mi hija!"
2021 le ha reportado decenas de premios en todo el mundo pero Karikó sigue sonando humilde desde el otro lado del teléfono. "No tengo tanto tiempo para celebrar. Debo seguir con la ciencia. Recuerdo que una vez vino un científico de prestigio a dar una charla a la universidad y me di cuenta que no había leído, que no estaba actualizado. Les dije a mis colegas si alguna vez notáis que no estoy al día decidme 'Kati, vete a casa. Para de hablar".
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