Mucho antes de que se tomaran en discotecas, las drogas psicodélicas fueron una esperanza para el tratamiento de distintos trastornos mentales. Procedentes de hongos o plantas, la psilocibina, la ketamina, el LSD, MDMA o el DMT se engloban dentro de las sustancias psicodélicas porque son capacees de alterar el estado de la mente produciendo alucinaciones.
Psicodelia significa "que manifiesta el alma", un término que fue acuñado por el psiquiatra británico Humphry Osmond, Junto al escritor Aldoux Huxley, Osmond experimentó con el consumo de mescalina y LSD, sustancias capaces de alterar el estado de la mente y por las que acuñaría el término. Psicodélico significa "que manifiesta el alma".
Estas sustancias no eran nuevas, muchas se utilizan desde hace milenios en rituales con hongos (de donde proviene la mescalina) o ayahuasca (que contiene dimetiltriptamina o DMT). De hecho, uno de los rastros más antiguo de consumo de hongos alucinógenos está en España y data desde hace 6.000 años. Un grupo de investigadores halló en 2011 en las pinturas rupestres del yacimiento de Selva Pascuala (en Villar del Humo, Cuenca) el rastro de lo que sería uno de los más antiguos registros de consumo de hongos alucinógenos en Europa.
Lo que llegó en el siglo XX fue la investigación terapéutica con estos compuestos. El químico Albert Hofmann fue el primero en sintetizar el LSD en 1938, a partir de otro hongo, la ergolamina. Poco después empezaron las investigaciones con esta sustancia para enfermedades psiquiatras y se sintetizarían también otras sustancias psicodélicas como la psilobicina.
"Durante los años cincuenta y sesenta hubo un crecimiento exponencial en la investigación científica con estas sustancias, que se paró abruptamente en 1970", explica el psiquiatra Óscar Soto, investigador en Vall d'Hebrón sobre el uso de psicodélicos para el tratamiento de la depresión resistente. La razón de esta prohibición fue que las sustancias psicodélicas "habían saltado de los laboratorios a la calle, se había multiplicado y banalizado su uso, asociado con la llamada contracultura o cultura hippy", explica el también psiquiatra Josep Mª Fábregas y presidente de la Fundación Beckley Med para la investigación con psicodélicos.
En 1971 las sustancias psicodélicas quedaron incluidas en el Convenio sobre Sustancias Psicotrópicas de la ONU, por lo que se clasificaban como sustancias sin interés médico y quedaba prohibida cualquier investigación con ellas. "Se cortaron todas las líneas de investigación y no fue hasta los 2000 cuando vuelve a ponerse el foco en ellas", añade Fábregas.
Viejas drogas psicodélicas, nueva esperanza terapéutica
La primera de estas sustancias que abrió el camino terapéutico fue la ketamina, como explica el farmacólogo psiquiatra, Víctor Pérez Solá: "La ketamina era un anestésico veterinario pero a principios del siglo XXI empiezan a aparecer datos sobre su eficacia en depresión. A partir de ahí se desarrolla la esketamina, sustancia que ya se ha aprobado en Estados Unidos y Europa con dos indicaciones, depresión resistente u depresión mayor". En España, el último informe de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios considera su uso pero no lo financia.
Además de la esketamina, otros ensayos ofrecen también resultados esperanzadores con la psilobicina. "Los ensayos empezaron para tratar ansiedad y miedo a la muerte en personas con enfermedades terminales, pero enseguida se incorporaron investigaciones para otros trastornos, con resultados muy positivos, hay muchos ensayos en fase 3 para la depresión", afirma Soto.
De hecho, datos de la consultora Iqvia presentados en un evento reciente de Farmaindustria hablan del potencial de estos tratamientos psicodélicos - también llamados psicoplastógenos por su capacidad para modular la plasticidad cerebral-. En total, 286 ensayos clínicos con este tipo de sustancias para el tratamiento de trastornos psiquiátricos, de los que la mitad están en fase 2 o 3. "La gran necesidad insatisfecha y la devastadora carga de morbilidad de los trastornos psiquiátricos han reactivado rápidamente el proyecto de ensayos clínicos con psicoplastógenos", plantea el informe.
Aunque muchos de los ensayos están orientados al tratamiento de la depresión grave o depresión resistente a fármacos, también hay gran cantidad de investigaciones en trastornos por abuso de sustancias, dolor y estrés postraumático. En este último trastorno, un ensayo en fase 3 con uso de MDMA (tradicionalmente conocido como éxtasis) está muy avanzado y tiene un horizonte de aprobación en 2023.
¿Por qué un cambio de paradigma?
Los psicodélicos o psicoplastógenos "inauguran una nueva vía de aproximación al tratamiento de las enfermedades mentales", como explica Iván Espada, responsable del área de medicamento del Consejo General de Farmacéuticos. "Se han observado cambios en el cerebro del uso de estas sustancias, porque favorecen que las neuronas formen ramificaciones en su superficie y se favorezca el contacto de unas con otras, pero aún hacen falta datos más robustos de que esto se traduzca en un efecto terapéutico útil", añade Espada.
Esta forma de modular la plasticidad característica de los fármacos psicodélicos es la novedad respecto al mecanismo de acción de los fármacos tradicionales utilizados por ejemplo para la depresión. "Estas viejas sustancias con las que no se había podido investigar están dando unos resultados absolutamente espectaculares en varias patologías", indica Pérez Solá.
La primera razón por la que estas sustancias son tan prometedoras es por su efecto inmediato. "Con los antidepresivos tradicionales se necesitan entre cuatro y seis semanas para observar sus efectos, que aquí son inmediatos. En pocas horas se ven. Esto es muy importante porque cuando se trata a un enfermo de depresión tienes que esperar a ver si le funciona, algo que en el 40% de las veces no ocurre. Aquí se puede personalizar el tratamiento y adaptarlo a sus necesidades", explica Pérez Solá.
"Normalmente cuando alguien cae en una depresión recibe fármacos de forma crónica. En el primer episodio se recomiendan seis meses, si recae se aconseja mantener la medicación dos años y en un tercer episodio, medicación de por vida", explica Soto. "Aquí en los ensayos se está viendo que muchas personas ven remisión del trastorno total con una o dos dosis, lo que podemos decir es que esa remisión dura al menos seis meses", añade.
A los efectos rápidos y su uso menos crónico se suma un menor número de efectos adversos que se ligan a los antidepresivos tradicionales. "No se dan los habituales efectos de ganancia de peso, pérdida de líbido o cefaleas que se asocian al consumo crónico de antidepresivos", explica Soto.
Otra de las diferencias del efecto de las sustancias psicodélicas sobre los fármacos tradicionales se basa precisamente en su capacidad para alterar el estado de conciencia. "Este mecanismo de actuación es objeto de debate pero algunos pensamos que es fundamental para el efecto terapéutico de estas sustancias", afirma Soto. "Como inducen estados no ordinarios de conciencia permiten que los pacientes experimenten experiencias místicas, de disolución del ego, les permiten revisitar experiencias previas y posteriores… Y todo ello actúa como catalizador de la psicoterapia. Es una forma de acelerar el beneficio de la psicoterapia y lograr una recuperación conjunta, no solo de los síntomas fisiológicos", añade el psiquiatra del Vall d'Hebrón.
Acompañamiento en el "viaje"
El tratamiento con psicodélicos lleva implícito en muchos de los casos ese alteración del estado de conciencia en forma de alucinaciones, que en muchos casos se considera una parte más del tratamiento. "Ese efecto está presente en al menos el 30 o 40% de los casos, cuadros de distorsión de la realidad que exigen que haya un acompañamiento profesional. Eso hace que estos fármacos se deban utilizar probablemente en hospitales o clínicas y no estén a la venta en farmacias. En los ensayos con psilobicina, por ejemplo, se recomienda ese acompañamiento durante seis horas", explica Pérez Solá.
"Los estados no ordinarios de conciencia permiten avanzar mucho más rápido en la terapia y además que el paciente perciba una mejoría mucho más alineada con sus valores de vida. Es una curación que no solo trabaja los síntomas orgánicos, sino los patrones cognitivos que aparecen muchas veces como ideas de que uno no es válido, que no merece ser querido, o esa sensación de desconexión con los demás", afirma Soto, que lleva a cabo distintos ensayos clínicos con estas sustancias para tratar la depresión resistente a fármacos.
Ese acompañamiento, sin embargo, es complejo. "Estas sustancias actúan de forma muy diferente según las personas. Hay que conocer su preparación, su capacidad para sostener estos estados complejos. Puede ser difícil pero es posible dar un significado a situaciones previas, adquirir nuevos entendimientos sobre una situación, etcétera".
Camino esperanzador no exento de dudas
Los ensayos clínicos ofrecen resultados esperanzadores pero el camino "no está exento de dudas, es complicado y cuidadoso y, además, tiene inconvenientes", explica Fábregas. Este psiquiatra explica que entre las dudas principales está la duración del efecto de los tratamientos: "Hace falta más tiempo para conocer si los efectos perdurarán, si se dará un riesgo de abuso o si habrá toxicidad".
Otro de los inconvenientes que se plantean es "la necesidad de realizar un correcto cribado de pacientes, por ejemplo aquellos con predisposición a psicosis no podrían utilizarlos por riesgo de brote psicótico", añade. En definitiva, este experto cree que "no es la panacea que va a arreglar la salud mental pero defendemos el derecho a investigar y comprobar sus beneficios, y en caso afirmativo que sean utilizados".
El riesgo de banalización es otra de las sombras sobre estos medicamentos. "Su investigación está costando mucho porque en los años cincuenta se produjo ese abuso que dio lugar a la prohibición. Pero yo trabajo en salud mental y creo que la posibilidad que abren los psicodélicos es difícil de equiparar a los fármacos que tenemos ahora".
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