El corazón bombea sangre a todos los órganos del cuerpo. Si deja de funcionar, el flujo sanguíneo se detiene, los órganos empiezan a fallar y en cuestión de minutos la persona muere. Pero si el paro cardiaco se detecta y se trata de inmediato, pueden evitarse daños serios a los órganos y por supuesto la muerte.
Un órgano especialmente sensible a la falta de oxígeno es el cerebro. «Comienza a sufrir daños a partir del minuto tres, pasando a ser irreversibles a partir de los 8-10 minutos de no recibirlo», explica Aránzazu Escalante, directora de Enfermería del Hospital Quirónsalud Córdoba.
Algunas de las patologías más frecuentes que pueden dar lugar a una parada cardiorrespiratoria son los accidentes cerebrovasculares, enfermedades cardiacas como las valvulopatías o las arritmias, los trastornos genéticos que afectan al corazón, el infarto agudo de miocardio, el tromboembolismo pulmonar, la hipotermia, las patologías causadas por la falta de suministro de oxígeno como el asma severo, ahogamientos, la broncoaspiración o los atragantamientos.
Reconocer los síntomas y reaccionar
Con todo, el primer y a veces único síntoma de la parada cardiorrespiratoria es la pérdida de conciencia debido a la falta de riego sanguíneo en el cerebro. «Al mismo tiempo, se produce ausencia de pulsos centrales, cianosis, apnea o gaspings –ausencia de respiración o respiración en boqueadas– y midriasis (dilatación de las pupilas)», apunta Escalante. Aunque a veces no hay señales de advertencia antes de la parada cardiaca súbita, se pueden dar algunos síntomas como fatiga o debilidad, respiración difícil, desfallecimiento, mareo o vahído, palpitaciones cardiacas y dolor torácico.
«Es vital saber realizar correctamente las RCP hasta la llegada de los servicios de emergencia»
aránzazu escalante, directora de enfermería del hospital quirónsalud córdoba
«Es vital poder reconocer a tiempo una parada cardiaca para activar la ayuda sanitaria, avisando a los servicios de emergencia y, hasta que lleguen estos, saber realizar correctamente las maniobras de reanimación cardiopulmonar (RCP)», asegura Escalante. Todo ello nos puede convertir en un eslabón crítico de la cadena de supervivencia. «Si uno de ellos se rompe o no se ejecuta de forma correcta, la probabilidad de sobrevivir disminuye considerablemente», advierte.
Cuanto antes se inicie la maniobra, particularmente las compresiones torácicas, mayor será la probabilidad de que el cerebro y otros órganos vitales reciban suficiente oxígeno para mantener a la persona con vida hasta que se pueda utilizar un desfibrilador externo automático (DEA) o se proporcione atención médica más avanzada.
Paso a paso
La RCP convencional combina el rescate respiratorio (reanimación boca a boca para suministrar oxígeno a los pulmones) con compresiones torácicas que empujan la sangre que contiene oxígeno desde el corazón hacia el cerebro y otros órganos vitales. «La secuencia de la reanimación cardiorrespiratoria comienza con 30 compresiones torácicas, seguidas de dos respiraciones de rescate, y continúa en esta proporción de 30 a 2 hasta que el rescatador es relevado por el personal de emergencia», detalla Escalante.
El masaje cardíaco (compresiones torácicas) puede agotar fácilmente a quien lo realiza, según reconoce esta enfermera, de modo que las compresiones acaban siendo demasiado débiles para que la sangre circule de forma eficaz. Por ello, lo ideal es que estén presentes dos o más rescatadores que «deben intercambiarse cada dos minutos, o antes si el rescatador que realiza las compresiones comienza a sentirse cansado», añade la enfermera.
El masaje cardiaco
Para realizar las compresiones torácicas a un adulto o a un niño, el rescatador debe colocar a la persona boca arriba, moviendo al mismo tiempo cabeza, cuerpo y extremidades. «El rescatador extiende los brazos y los fija en posición de ángulo recto. Se inclina sobre la persona y coloca ambas manos, una sobre la otra, en el centro del tórax (entre los pezones o sobre el esternón). Después, comprime el tórax hasta una profundidad de 2 pulgadas (5 centímetros) como mínimo en adultos, siendo la máxima profundidad esta en los menores».
Una sola mano puede ser suficiente para comprimir el tórax de un niño más pequeño. «En el caso de un lactante (hasta 1 año de edad), el rescatador puede emplear dos dedos para comprimir el esternón justo debajo de los pezones hasta una profundidad de alrededor de 1 pulgada y media (unos 4 centímetros) o una tercera parte del diámetro del tórax. Como alternativa, los rescatistas entrenados pueden optar por rodear el pecho del bebé con las dos manos y realizar compresiones con los pulgares», agrega Escalante.
El boca a boca
En cuanto a la respiración de rescate, hay que revisar la boca y la garganta del afectado para comprobar la presencia de objetos visibles que puedan estar bloqueando las vías respiratorias y, si los hay, retirarlos. «A continuación, deben abrirse las vías respiratorias recostando la cabeza y levantando el mentón. El rescatador cubre la boca de la persona con la suya y le insufla aire en los pulmones» realizando la respiración boca a boca.
Las vías respiratorias de la persona deben permanecer abiertas durante la respiración artificial. Para evitar que el aire escape por la nariz, el rescatador le mantiene las fosas nasales tapadas con los dedos mientras le insufla aire en la boca.
«La respiración artificial es muy similar en niños y adultos, con la diferencia de que en el niño podemos sellar al mismo tiempo nariz y boca, siendo más eficaz las insuflaciones. Una vez el paciente recupere la circulación y ventilación debemos colocarlo en posición lateral de seguridad y evaluar su situación periódicamente hasta la llegada de los equipos de emergencia», concluye la directora de Enfermería del Hospital Quirónsalud Córdoba.
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