Te tengo que ver vendiendo pañuelitos en los semáforos”. A Virginia su marido le dio sólo una bofetada, porque no tuvo más opción. Aquel día, una vecina anónima, harta de escuchar los gritos que rezumaban de las paredes, pidió ayuda. Mientras Virginia forcejeaba con su marido para evitar que la dejara encerrada, para evitar que por enésima vez le arrancara de los brazos a su hijo, era el chantaje que mejor le funcionaba, oyó una voz. “¿Es usted Virginia Pérez?”. Era la Policía.
Aquél fue el primer punto de inflexión en su nueva vida y el principio de su segunda batalla. No es fácil salir de una cárcel conyugal cuando no cuentas con los recursos económicos suficientes y, para colmo, llevas cinco meses en paro porque decidiste quedarte en casa cuidando a tu hijo. “Para que lo cuide otra, lo haces tú”, le decía su marido. “Fue una decisión conjunta”, insiste Virginia, mientras reconoce que desde que nació su hijo cada vez que discutían la humillaba, la avasallaba y taladraba su cerebro con frases como: “Tú no vales nada, tú no sabes nada, tú eres una mierda”.
No es fácil salir de una cárcel conyugal cuando no cuentas con los recursos económicos suficientes
Consciente de que ni su marido, ni su familia le iban a dejar en paz si se quedaba a vivir en el hogar matrimonial, Virginia recogió a matacaballo todos los bártulos, la ropa de su hijo y se fue directa a casa de sus abuelos. “No me podía quedar allí ni un instante más porque era consciente de lo que me iba a pasar. Yo ya sabía lo puta y lo mala madre que era, no quería escucharlo más”.
Su hijo tenía tres años y medio, los mismos que llevaba llorando sin saber por qué. “Curiosamente, desde ese día no he vuelto a llorar. He tenido presión en el pecho, pero no he vuelto a llorar”. Desde que fue capaz de salir de aquella jaula, la única preocupación de Virginia era conseguir un trabajo para poder sacar adelante a su hijo. “Salí con 15 euros, él se quedó con 19.000, dos coches y la casa”.
Durante mucho tiempo vivió con su hijo de okupa en la casa de unos de sus abuelos y comían en la de los otros. “Sobreviví con la ayuda familiar, los vales de Cáritas y gracias a las monjas de Sor Ángela de la Cruz”.
Un día, sin saber para qué, se apuntó a un curso de Familia en la Fundación Mornese de Sevilla. “Fue en una reunión en la que todas empezamos a contar cosas, yo también, lo solté todo, desde ese momento empecé a quererme y, además, me inscribí en el curso de Asistencia a Domicilio gracias al cual ahora tengo un trabajo”.
Gala de Premios Compromiso Clece
Virginia es una de las 169 mujeres víctimas de violencia machista que ha contratado Clece, filial de ACS, dentro de su Proyecto 139, un plan que surgió justo hace un año y por el que la empresa se comprometía a contratar a 139 mujeres víctimas de violencia machista a lo largo de 2018. La iniciativa se anunció durante la gala de entrega de los Premios Compromiso Clece dedicados, precisamente, a reconocer planes destacados contra la violencia de género.
Gracias al Proyecto 139, Clece se comprometió a contratar a 139 mujeres víctimas de violencia machista a lo largo de 2018
¿Por qué 139? Fue una cifra simbólica, igual al número de candidaturas presentadas a los galardones. El caso es que ya han superado el reto y llevan 169. “El empleo es imprescindible para encontrar salida. Ayuda a recuperar la autoestima y asegura la independencia económica de estas mujeres. No hay que olvidar que, en muchos casos, la dependencia económica con el maltratador es uno de los principales obstáculos. Además estas mujeres suelen hacer frente en solitario al sostenimiento de su familia. Encontrar un empleo significa un punto y aparte en su vida” resalta Iñigo Camilleri, responsable del Proyecto 139.
“Además de la dependencia económica, no se debería olvidar la dependencia emocional. Cuando llegan a la asociación, muchas de ellas no son capaces de contar sus desgracias, les da vergüenza, los problemas van saliendo poco a poco gracias al esfuerzo de nuestros especialistas”, matiza Susana, coordinadora de la Fundación Mornese.
A pesar de estar separada, le llamaba porque necesitaba escuchar su voz, saber cómo estaba"
Un víctima de violencia machista necesita tiempo, mucho tiempo para recomponer las piezas del puzzle de su vida. “Para mí lo peor era la dependencia emocional que tenía. A pesar de estar separada, le llamaba porque necesitaba escuchar su voz, saber cómo estaba. Además, era incapaz de no atender el teléfono, le tenía miedo, me temblaban las piernas cada vez que me llamaba para meterme prisa cuando le tocaba recoger al niño. Así me pasé tres años. Un buen día te levantas y todo te da igual, no hay prisas, no hay miedo y si no coges el teléfono no sientes angustia”, confiesa Virginia.
Virginia cree que ese cambio surgió de un día para otro, pero no es así. La paz llega gracias a un proceso de trabajo en el que asociaciones como Mornese tienen mucho que ver. “Nos ocupamos del empoderamiento personal y les ayudamos hasta que están en condiciones de trabajar. Cuando llegan a la asociación, no se terminan de creer que son capaces y la dependencia con el maltratador, psicológica y económica, es muy dura. Desgraciadamente, no todas están en condiciones de poder trabajar, por cuestiones personales, legales o incluso por decisiones personales. Nos encontramos ante realidades muy complejas y la Justicia no ayuda. Hoy por hoy hay muchos fallos de administración que al final derivan en fracasos”, se queja Susana.
La coordinadora de Mornese llama fracaso de puertas para fuera a lo que de puertas para dentro es un asesinato. “Hace poco perdimos a una mujer y sabíamos que eso iba a pasar, era la en la crónica de una muerte anunciada. En casos como esos sientes una impotencia sin límites, porque cuando consigues empoderar a una mujer, cuando es capaz de trabajar y salir adelante, la Justicia no funciona. La Ley de Violencia de Género está mal planteada. Hace falta más dureza, más formación y más firmeza, las órdenes de alejamiento no sirven para nada”, se lamenta.
Cambio de vida
Se fracasa, sí; pero también surgen los éxitos. Tras pasar casi nueve meses preparándose para obtener el título de Asistencia Domiciliaria, Virginia encontró trabajo en un hotel de Sevilla. “Me faltaba un mes para terminar, dada mi situación no podía decir que no a un trabajo y tuve que aparcar los estudios para limpiar en el hotel. Se lo comuniqué a mi coordinadora, ella no se rindió y me ayudó a alternar el trabajo con lo que me faltaba de curso”. A Virginia le duele recordar esa etapa puesto que sostiene que el de kelly es el trabajo más duro que ha hecho en su vida. “Me dolía hasta el pelo. Un día me subí a un taxi y le dije: 'Tengo cuatro euros, necesito recoger a mi hijo del colegio, ¿me llega?’. No me llegó, pero el taxista me cobró solo tres euros”.
¡Ojalá lo hubiera hecho antes! Hoy vivo con mi hijo feliz y, sobretodo, tranquila”
En noviembre de 2017, Virginia aprobó el examen de Asistencia a Domicilio y exactamente desde el 12 de diciembre de 2017 trabaja en Clece con un contrato de fines de semana y festivos. “La verdad es que no he parado desde entonces. De lunes a viernes me llaman para hacer sustituciones y los fines de semana hago mi jornada. Ahora disfruto de otra calidad de vida, tengo la satisfacción de pagar todo lo que necesita mi hijo y puedo mantener la jornada escolar, lo único que llevo mal son los fines de semana que le toca conmigo. Anoche me llamó mi jefe para darme libre el próximo fin de semana y lo vamos a pasar juntos”, confiesa emocionada.
Virginia está feliz con su nuevo trabajo, se ocupa de las necesidades de las personas dependientes. “Donde no llegan ellos tienes que llegar tú. ¡No te imaginas lo que te pueden ayudar los ancianos! El cariño que te dan, al final te das cuenta que la ayuda es totalmente recíproca. No cambiaría de trabajo por nada del mundo. ¡Ojalá lo hubiera hecho antes! Hoy vivo con mi hijo feliz y, sobretodo, tranquila”, concluye.
Contenido elaborado con la colaboración de Clece
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